Como profesionales de la educación y formación infantil somos conscientes de la enorme responsabilidad que hemos poseído al asumir los procesos de enseñanza-aprendizaje, comprendiendo que éstos han de ser integrales, es decir, deben abordar todas y cada una de las dimensiones humanas. En este sentido, resulta más que evidente la importancia que tienen las propuestas didácticas en las que se fomente la sensibilización corporal de niños y niñas. En este caso específico, se hace énfasis en el trabajo alrededor de uno de los sentidos a los que menos le damos importancia, el olfato. Para ello, es imprescindible reflexionar en torno a las múltiples experiencias que nuestra nariz permite evocar, de igual modo, comprender que los olores que percibimos generan en nosotros determinadas aversiones o preferencias por ciertos objetos o lugares, dependiendo de su olor. Al respecto, Duchesne y Jaubert (1990) recomiendan tener en la mente, cuando se trabaje sobre los olores, que cada uno según su cultura puede encontrar un contenido u otro y hacer asociaciones diferentes.
Hecha la observación anterior, cada uno de nosotros puede empezar a hacer un inventario o lista acerca de aquellas cosas o situaciones específicas que recuerdan al sentir el olor de una rosa, o tal vez de un algodón de azúcar, de este modo, quizás el primero nos recuerde una fecha especial o un triste velorio, y por su lado el segundo, nos pueda hacer recordar nuestra infancia, los dulces, los juegos y las risas. Precisamente es éste el inmenso valor emocional y afectivo que cargan consigo los olores que percibimos a cada instante, fugaces, inmediatos, esporádicos, placenteros o no, los olores hacen parte de nuestra cotidianidad, nos permiten formarnos como personas y al mismo tiempo, interactuar con todo lo que nos rodea. El ejemplo más ilustrativo de ello, es la manera en que los bebés reconocen a su madre por su olor corporal, esta sensibilidad olfativa es la que necesitamos recuperar en los y las niñas que educamos hoy día.
Hecha la observación anterior, cada uno de nosotros puede empezar a hacer un inventario o lista acerca de aquellas cosas o situaciones específicas que recuerdan al sentir el olor de una rosa, o tal vez de un algodón de azúcar, de este modo, quizás el primero nos recuerde una fecha especial o un triste velorio, y por su lado el segundo, nos pueda hacer recordar nuestra infancia, los dulces, los juegos y las risas. Precisamente es éste el inmenso valor emocional y afectivo que cargan consigo los olores que percibimos a cada instante, fugaces, inmediatos, esporádicos, placenteros o no, los olores hacen parte de nuestra cotidianidad, nos permiten formarnos como personas y al mismo tiempo, interactuar con todo lo que nos rodea. El ejemplo más ilustrativo de ello, es la manera en que los bebés reconocen a su madre por su olor corporal, esta sensibilidad olfativa es la que necesitamos recuperar en los y las niñas que educamos hoy día.
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